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COCINA DE INDUCCIÓN

  • COCINA DE INDUCCIÓN.
Una cocina de inducción es un tipo de cocina vitrocerámica que calienta directamente el recipiente mediante un campo electromagnético en vez de calentar mediante calor producido por resistencias. Estas cocinas utilizan un campo magnético alternante que magnetiza el material ferromagnético del recipiente en un sentido y en otro. Este proceso tiene menos pérdidas de energía. El material se agita magnéticamente, la energía absorbida se desprende en forma de calor y calienta el recipiente. Los recipientes deben contener un material ferromagnético al menos en la base, por lo que los de aluminioterracotacerámicavidrio o cobre no pueden utilizarse con este tipo de cocinas.

Actualmente el coste de la tecnología de inducción dobla al de una vitrocerámica tradicional, pero las elevadas prestaciones así como su mayor eficiencia energética la convierten en una inversión atractiva. El coste de la producción de esta tecnología se centra en la electrónica de potencia necesaria para su funcionamiento.



  • OTROS TIPOS DE COCINA.
Cocina de gas.

Es lo clásico, y sus pros son extensos: una gran capacidad para controlar el fuego de manera rápida y precisa; poder calentar muchísimo casi cualquier tipo de recipiente, un precio 'moderado' (el gas natural cuesta cinco céntimos por kWh y un fogón grande consume 3 kW) y que, a fin de cuentas, nuestras primeras mentoras gastronómicas, nuestras madres, nos enseñaron las cosas fundamentales con una cocina de gas. Sabemos que la comida sale bien con el fuego. La parte mala es que cualquiera que haya tenido una en su casa sabe el suplicio que es limpiar los componentes de este tipo de electrodoméstico. No porque el montaje sea especialmente difícil, sino porque es inexplicable de dónde sale toda esa suciedad, principalmente grasa ennegrecida, chamuscada y pegada a todo. Eso sí, el truco clásico funciona a la perfección: llevar una olla con vinagre a ebullición y meter en ella los quemadores, para que recuperen su aspecto más o menos original.

Vitrocerámica.

Su éxito depende directamente de que fue la primera alternativa eléctrica al fuego. Solo necesita acceso a un enchufe, por lo que se popularizó rápidamente gracias a las casas de obra nueva, porque eliminaba el coste de crear la infraestructura para conducir el gas natural y también la carga de necesitar bombonas de butano. El problema que tiene es que, aunque calienta la comida, lo hace muy lentamente. Han propuesto como uno de sus beneficios que se puede aprovechar el calor residual tras apagarla, pero resulta ser un inconveniente más que una ventaja. La verdadera (y prácticamente única) ventaja de las placas de vitrocerámica es que limpiarlas es sencillo: si no está muy sucia, un poco de limpiador y una bayeta pueden hacer el trabajo. Si algo se ha repegado mucho, podremos recurrir a una pequeña cuchilla para despegarlo con facilidad. Unos minutos, y como nueva. Eso sí, esto solo dura un tiempo. Las altas temperaturas y la acumulación de restos que no se van ni con la cuchilla la deforman. Y lo peor es que cuanto más se estropea, peor funciona.

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